En mis épocas de estudiante en la Facultad de ciencias Políticas y Sociales, aprendí en palabras de uno mis maestros, que se cuenta entre los mejores periodistas de México, que “cualquier güey dice que es periodista” y partiendo de esa base, inculcó a sus discípulos la disciplina del oficio, para que al paso del tiempo demostráramos que lo que distingue a un dilettante de un profesional es, simplemente el rigor con el que argumenta y documenta sus decires, aunque sólo sea para opinar.
En los últimos tiempos la polémica sobre la calidad del periodismo que se hace en la red de redes se ha convertido en un tema de actualidad, pues no siempre la atención de las audiencias se va sobre los trabajos periodísticos “formales”, sino sobre los bloggeros que opinan a la ligera con faltas de ortografía y severas deficiencias gramaticales; pero que tienen ingenio para contar su versión de los acontecimientos o filtrar chismes.
Empero se ha dejado de revisar y cuestionar la calidad del trabajo que se realiza en los medios de comunicación “institucionales”, refiriéndonos de manera específica a periódicos y revistas, que son los que aún tienen cierto grado de credibilidad. Se da por sentado que los asalariados del periodismo institucional son el símil del médico general de un sistema de salud pública: Si están allí es porque pasaron el examen de admisión de la institución en la que laboran y tienen los conocimientos elementales para hacer un trabajo digno.
Todo esto viene a cuento porque al anuncio oficial de que México registra una epidemia de influenza porcina en la capital del país y algunas otras ciudades, siguió una avalancha informativa que -como es usual en estos casos- exhibió fortalezas y debilidades profesionales de los trabajadores de los medios. Y más allá de que la censura de los editores se activa para no generar pánico o rumores, filtrando sólo la información “necesaria” para que la sociedad continúe con sus actividades dentro de un margen de normalidad, se ha dado entre quienes desde la medianía aspiran en un artículo a convertirse en líderes de opinión, un ejercicio “periodístico” plagado de dislates, evidenciando la carencia de investigación y corroboración de datos, al punto que más valdría no haber publicado eso para llenar páginas y justificar la inversión de los anunciantes, que es en esencia el motor de los medios de comunicación.
Desde luego es potestad de los dueños de los medios de comunicación publicar lo que se les venga en gana y de los anunciantes seguirles el juego; pero la responsabilidad informativa de pronto y paradójicamente se vislumbra como un bien escaso en la “era de la información”.
Entre las perlas de la frivolidad que han llenado páginas impresas y sitios web en los últimos días, destacan las de un articulista del diario Milenio que firma con el nombre de Luis Petersen Farah, quien corona su texto titulado Apanicados con una frase lapidaria: “En días como hoy Estados Unidos me da envidia. ¿Por qué este virus no les afecta tanto mientras aquí causa una catástrofe sanitaria, humana, económica?”
Según lo que se entiende de la lectura del texto de Petersen, en México no hubo un seguimiento de las autoridades sanitarias sobre los primeros casos de la llamada influenza porcina y, por supuesto, no aporta datos que respalden su dicho, lo que sería indicativo de que el señor Petersen no se paró por la oficina de Comunicación Social de la Secretaría de Salud en México para revisar el reporte epidemiológico que diariamente se difunde entre los reporteros que “cubren la fuente” del sector.
Así, el articulista Petersen parece no haber conocido la información oficial que desde hace varias semanas consignaba casos aislados de influenza fuera de temporada; pero que pasó inadvertida para muchos, incluyéndolo a él, porque la Opinión Pública no da importancia a los hechos aislados, a esas notas de un párrafo que hablan de muertos que sólo importan a sus familias.
En esta misma línea, una de las afirmaciones más temerarias que he leído en mucho tiempo es también del mismo articulista Petersen Farah, quien en su texto publicado el domingo 26 de Abril 2009 asegura que “los médicos”, así en abstracto, fueron los primeros contagiados por la influenza porcina. ¿Qué respalda su comentario, de qué médicos habla, dónde están o estuvieron ubicados, dónde trabajaban, cuáles eran sus nombres y dónde están las pruebas de lo que asegura?
Todavía más: ¿Con qué autoridad alguien que se dice periodista se atreve a afirmar tan a la ligera y sin ofrecer datos duros, que México está en catástrofe sanitaria, humana y económica, como lo dijo Petersen Farah?
No soy ni nunca he sido defensora de gobiernos; por el contrario, mi vocación periodística es la del ojo crítico que detecta y analiza lo que no embona dentro del rompecabezas de la vida cotidiana de nuestra aldea global. Y partiendo de la información confirmada que tengo a la mano, hasta ahora poco se podría reprochar a los gobiernos locales y federal sobre su actuación para contener el brote de influenza porcina y en cambio pareciera que el diario Milenio tiene déficit de profesionales del análisis informativo, pues en la misma edición dominguera, otro articulista de nombre Néstor Ojeda, publica un texto bajo el título El país de no pasa nada, para presentarse de cuerpo completo como un agorero del Apocalipsis: “Tal parece que no estuviéramos viviendo la alerta epidemiológica más grave de la historia reciente de México por la influenza, virus que ha matado en el mundo a millones de seres humanos en el pasado.”, afirma Ojeda.
Objetivamente es necesario decir que a últimas fechas la influenza no mata a seres humanos porque hay varias vacunas para el efecto; pero nadie con las neuronas funcionando puede clamar que en México -o en el mundo- se vive en el momento en que escribo esto, la reedición de la peste negra. Las autoridades sanitarias federales dejaron en claro desde el primer momento que el problema inicial en el contexto de esta epidemia (lo es porque no se dieron casos aislados) fue la confusión de los médicos ante el cuadro sintomático lo que derivó en atención tardía a las personas fallecidas. Ya identificado el virus y debido a que NO hay una vacuna para la nueva cepa del virus de la influenza porcina, la población debe seguir ciertas medidas de higiene y prevención, las cuales se generalizarán mediante la difusión adecuada de la información.
Ahora bien, no se debe perder de vista que de acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), en el México de carne y hueso el número de lectores de periódicos y revistas no rebasa los dos millones, mientras que menos de la mitad de los televidentes ven programas de noticias. Y según datos proporcionados por diversas estaciones de radio, los radioescuchas frecuentes de noticias no superan los 10 millones de personas.
Así, en un país con una población de alrededor de 106 millones de habitantes mayoritariamente desinformados ¿cómo puede un comentarista de noticias como Néstor Ojeda de Milenio, afirmar tajantemente que “Una gran mayoría de chilangos se comporta como si no significara nada que el gobierno federal haya decidido que, ante la gravedad de la situación, los estudiantes de todos los niveles, tanto de instituciones públicas como privadas, no regresaran a clases —“en principio”, dijo el secretario José Ángel Córdova— hasta el próximo 6 de mayo.”
La información de este tipo, comentada al estilo de la chismosa de la vecindad, genera en cualquier lector acucioso más dudas que una reflexión fundamentada, pues, para empezar, ¿qué ¡#/&%$”=! son “la mayoría de los chilangos”? Si entendemos que el articulista pretende referise en un caló correctamente utilizado a los inmigrantes provenientes de los estados de la república avecindados en la Ciudad de México, ¿cómo demonios pudo saber Néstor Ojeda que LA MAYORÍA de los fuereños avecindados en la capital son indiferentes a las decisiones de las autoridades? ¿Cómo hizo su estadística chilanguera? ¿mirando de lejos a los transeúntes mientras tomaba helados en Coyoacán, centro turístico por excelencia de la capital mexicana?
Luego, ¿el señor Ojeda SUPONE acaso que los habitantes del Distrito Federal -sean “chilangos” o capitalinos- estarán conscientes de la gravedad de la situación epidemiológica, si demuestran pánico o se quedan orando de rodillas en las calles o encerrados a piedra y lodo en sus casas como si el Apocalipsis estuviera en la ciudad?
Quisiera saber si el señor Ojeda se tomó la molestia, para hacer su artículo, de salir a preguntar a los ciudadanos que encontrara a su paso qué es lo que verdaderamente piensan de la situación que se está viviendo, para concluir que “muchos mexicanos actúan como si no fueran vulnerables a la influenza que ha disparado las alarmas de la Organización Mundial de la Salud.”
Finalmente cada quien habla del circo como le va en él y en mis rondines por varios puntos de la ciudad encontré que a más información objetiva y detallada, la gente sigue de manera más estricta las indicaciones de las autoridades. Por ejemplo, el viernes 24 de Abril, los contribuyentes del Sistema de Administración Tributaria (SAT) que esperaban su turno para hacer sus declaraciones de impuestos en la oficina de Xochimilco, usaban en su mayoría cubrebocas repartidos por los funcionarios de la oficina. Los empleados de tiendas de abarrotes y perecederos en algunas otras zonas de la ciudad inclusive se pusieron guantes.
Un día después observé en varios centros comerciales en la zona sur-occidental de la ciudad que mientras un gran número de visitantes protegían sus rostros, pocos empleados lo hacían, aludiendo instrucciones de sus jefes. Por su parte, la reportera de tribuAméricas®, Marisol Franco, consignó en otros rumbos de la capital mexicana que quienes no usaban protección era porque no habían visto las noticias o por una situación tan elemental como que los cubrebocas estaban agotados en las farmacias.
Definitivamente, nunca hay buenos momentos para que un periodista escriba sobre lo que “cree” o se imagina; pero ante un tema tan serio como es una epidemia sobre la que la información fluye a cuentagotas, hablar de más sin sustento puede poner a la población en riesgo.
Ya sabemos que entre los usuarios de la Internet se corren una serie de rumores tan ociosos como descabellados: Que si los narcos lanzaron bombas bacteriológicas, que si las playas artificiales del gobierno de la Ciudad de México fueron el origen de la epidemia, que si la epidemia es tan sólo un simulacro de emergencia fraguado por los gobiernos de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad en América del Norte (ASPAN), que si la epidemia es consecuencia del calentamiento global, que si hay un complot multinacional para distraer al mundo de la crisis financiera… Quizá es una defensa psicológica del inconsciente colectivo para encontrar una explicación a lo que ocurre; pero el deber y reto de los periodistas hoy más que nunca es la objetividad y la responsabilidad informativa. <<>>