cálamo & alquimia® | +Silvia Meave
…Y al cabo de 20 años, pido públicamente que el CISEN, la Secretaría de Gobernación, el Ejército o el Archivo General de la Nación (a quien corresponda) me entregue la carta respuesta que me envió el hoy devenido holograma zapatista llamado Subcomandante Marcos, vía un grupo de colegas periodistas, y que les fue decomisada en un retén militar chiapaneco.
Recuerdo que lo que yo le envié al otrora líder guerrillero — que en ese momento no era el poeta ahora evanescente atribuido a Rafael Guillén Vicente — fue un ensayo sobre la municipalización del Distrito Federal y su transformación en el estado 32. Mi hipótesis era simple: ¿Por qué los indígenas tendrían (de haberse logrado) derecho a exigir excepciones basadas en sus usos y costumbres, mientras que los capitalinos no podemos ejercer un control directo de nuestras autoridades a través de cabildos con representantes vecinales elegidos democráticamente?
Para mí, en esa época — un sexenio antes de que los capitalinos pudiésemos votar en las urnas por nuestro jefe de Gobierno — era conveniente que el líder visible de los campesinos alzados en armas, quienes presuntamente planeaban llegar a la Ciudad de México para dar un golpe de Estado, tuvieran conciencia de que la dictadura perfecta de Vargas Llosa no lo era para el pueblo en general, sin importar su condición rural o urbana, indígena, mestiza, criolla o inmigrante, trabajadora o microempresarial, porque mientras hubiese discrecionalidad en el trato a la población y la aplicación de las leyes, México no podría considerarse una democracia en la cabalidad del término.
Yo era joven y optimista. Aparentemente, el subcomandante Marcos tendría alrededor de diez o quince años más que yo, y no sé si también era optimista o, como refiere la leyenda urbana, se metió a la auténtica rebelión indígena chiapaneca, a instancias de la presunta Línea de Masas del sistema priísta incrustada en el Partido del Trabajo, (PT), entonces satélite del partido en el poder, para desactivar un movimiento ciudadano transnacional que pudo ser incontrolable para el Establishment.
Al paso de los años, las estructuras del Establishment mexicano, la dictadura perfecta, se flexibilizaron para evitar un estallido social, se inventó la alternancia hacia la Derecha y se canalizaron los resentimientos sociales hacia la Izquierda del líder único, Andrés Manuel López Obrador, ex priísta carismático y experto aglutinador de masas por la vía de las marchas. También se creó la guerra fantasma contra los narcotraficantes que desde principios del siglo xx habían operado desde la ilegalidad en el complaciente laissez faire, laissez passer del sistema, con sus propias reglas que no tocaban a los civiles.
Sin embargo, el gatopardismo de la dictadura perfecta operó como debía ser en una maquinaria de tan fino engranaje que hasta los gringos han de envidiar, y la causa indígena del neozapatismo, junto con el subcomandante Marcos, pasaron a formar parte del imaginario colectivo que — tal como dice el propio ex líder guerrillero — unos amaron y otros odiaron sin medias tintas.
Supongo que el Marcos de carne y hueso se encamina aceleradamente a la tercera edad, y, por tanto, su retiro es indispensable para mantener la lucha de los indígenas mexicanos que, a final de cuentas, siguen en el mismo punto de invisibilidad donde empezaron a hacerse visibles. Cualquier debate al respecto merece otro espacio más extenso.
El Galeano que nace de las cenizas de Marcos marca un nuevo ciclo en la lucha indígena y el fin de dos décadas de las que sólo la historia mostrará sus resultados.
Es probable que yo me quede por siempre con la duda de cuál fue la respuesta del subcomandante Marcos a mis planteamientos sobre las necesidades que había y sigue habiendo en la capital mexicana, donde quienes nacimos aquí seguimos siendo ciudadanos de segunda en materia de derechos sociopolíticos, y donde las cinematográficas regiones indígenas semirrurales, como Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta perviven en el asedio de la falsa modernidad y el exterminio ecológico.
Tal vez también me vaya a la tumba sin conocer jamás las anotaciones de los espías mexicanos a aquella carta del subcomandante Marcos que nunca me llegó, y que fue reemplazada por una lluvia de ridículas invitaciones por correo postal y telefónicas, para unirme a toda suerte de apócrifas guerrillas multicolores, que se acumulaban diariamente en mi escritorio del Centro de Información de El Financiero.
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