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No la Odien por Ser Bonita… y Sexy

Cálamo&Alquimia®+Silvia Meave 

La “descaradamente sexy” aparición de la primera dama mexicana Angélica Rivera -ex actriz y ex modelo- en la portada de la edición latinoamericana de Marie Claire para el mes de Julio 2014, y la correspondiente sesión de fotografías que complementan una entrevista, provocó el acidulado comentario de una crítica de moda del diario The Washington Post, llamada Robin Givhan.

Si por tradición las primeras damas, según Givhan, son majestuosas, maternales y patrióticas, entonces el atuendo y el lenguaje corporal de la señora Rivera de Peña-Nieto y su hija mayor, Sofía Castro, se antojan retadores para el grupo político y la élite social que representa el periódico más influyente de la capital de la Globalización, el cual -de acuerdo con algunos colegas periodistas- es vocero no oficial de la administración Obama.

Lo anterior se deduce de ese artículo que se lee más como una reconvención moral indirecta, que como un comentario sobre modas. Porque Givhan se preocupa por las poses “provocativas” de la esposa del presidente mexicano y sus piernas “largas, largas” en mallones o descubiertas y ligeramente abiertas, como lo acostumbran las modelos profesionales.

¿Por qué causa azoro que una ex modelo sepa cómo posar? En lo personal, me parece que la imagen de Angélica Rivera, tanto en la sesión de fotos de Marie Claire como en su vida cotidiana, es bastante conservadora y discreta. No se le puede pedir a una chica linda de los noventas que adopte un estilo de vida “A.B” (o sea, Antes de The Beatles), con todo lo que eso implica.

Aunque Givhan juega en su texto a dar la bienvenida a la imagen independiente y seductora de la esposa del presidente mexicano -o de un presidente cualquiera, en lo sucesivo-, en realidad la nota deja pistas de cómo debe comportarse no sólo una primera dama, sino el ideal femenino de la segunda década del siglo veintiuno: El de la modesta y recatada ama de casa atrapada en los cincuentas, que resulta ser uno de los looks favoritos -si no son impuestos- de la elegante señora Michelle Obama, como se puede constatar en un slideshow de portadas la primera dama estadounidense.

Y para muestra de lo que espera Washington de las damas en el ojo público (lo que en un momento dado puede incluir a todas las funcionarias de gobiernos y burócratas de todos los niveles… o de cualquier ciudadana de la aldea global), basta un párrafo:

“Para una mujer americana que se mete en el papel de primera dama, el cuerpo debe ser negado. No puede ser demasiado expuesto. Demasiado fuerte. Ni tampoco abiertamente sexual. La belleza es aceptable – incluso esperada. Pero esa expresión más íntima de uno mismo – el atractivo sexual, la sexualidad – está fuera de los límites. Es lo que no se menciona. Lo que podría haber sido evidente, o al menos visible antes de su nuevo papel, tiende a evaporarse dentro de los límites de la vida como primera dama.”

Así, parece que a la élite de Washington (y no sólo al WP) le inquieta que la esposa de Enrique Peña Nieto despierte las fantasías de todo el que la vea entrar a los grandes salones de las negociaciones políticas y financieras internacionales -y locales. Neo-fundamentalismo puro.

¿Será acaso que hay quienes piensan que si las mexicanas dejan de ser sumisas y asexuadas, como en la tradición cinematográfica de la abnegada madrecita de familia, resultará más difícil imponer en el país tantas reformas estructurales que se encuentran rezagadas a pesar de los esfuerzos intensos de la alta burocracia globalifílica? Yo sólo pregunto.

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