Después de los desórdenes que se registraron en los primeros días de la vacunación contra el Covid19 de personas mayores de 60 años de edad en el municipio de Ecatepec, Estado de México y la alcaldía Cuajimalpa en la ciudad capital, me preparé mentalmente para convertirme en la acompañante designada de mi madre, que acudiría a recibir la vacuna en el Deportivo Xochimilco.
UN CAMBIO QUE HIZO LA DIFERENCIA
Se suponía que mi madre tendría que esperar a una brigada de la Secretaría de Bienestar que acudiría a su domicilio, según lo acordado en una llamada telefónica con un servidor de la nación, varias semanas atrás.
Sin embargo, el plan original del Gobierno Federal de vacunar a la población empezando por los chamacos de 80 y más; luego 70 y más y así sucesivamente, tuvo que cambiarse cuando llegó la primera dotación de vacunas rusas que por razones técnicas — según los expertos — debían aplicarse en su totalidad en el menor tiempo posible y eso implicaba inocular segmentos poblacionales de acuerdo a su cantidad y distribución geográfica.
Cuando el gobierno capitalino informó que empezaría a distribuir la vacuna anti-Covid19 en Xochimilco a todos los adultos mayores (sin importar la edad) y por orden alfabético, supuse que no era práctico quedarse esperando a que la Brigada de Bienestar Federal agendara su visita a mi madre. Así que le pedí su clave de identificación ciudadana para rastrear su registro en la base de datos de la vacunación y ¡BINGO! Mi mamá ya tenía cita para presentarse el primer día de la vacunación en la alcaldía, con la aclaración de que bastaba presentarse 20 minutos antes, para acceder al trámite, y no estaban permitidas las filas en la calle antes del amanecer ni mucho menos desmanes tipo Black Friday, como los que se vieron en Ecatepec y Cuajimalpa (promovidos por mexiquenses supuestamente fifís, pero tramposos, que querían colarse a la fila de la gente bonita de la capital).
BIENVENIDOS AL PRIMER MUNDO
Me inquietaba encontrar aglomeraciones de gente sin cubrebocas, como las que se habían suscitado en los lugares ya mencionados, o que mi madre tuviera que permanecer mucho tiempo de pie, a pleno rayo del sol. Sin embargo, grande y grata fue mi sorpresa de que el carril derecho de la avenida Francisco Goitia, donde se encuentra la entrada al Deportivo Xochimilco, y que usualmente es un enorme paradero de microbuses, estaba despejado para que los autos con los ancianos que serían vacunados, llegaran hasta la puerta y pudieran descender de los vehículos, con seguridad.
Antes de descender del auto, un servidor público de la Ciudad de México, de fácil identificación por su chaleco verde con el logo gubernamental, de buen carácter y mejor disposición para apoyar a la ciudadanía que los clásicos burócratas de ventanilla, ofreció llevar una silla de ruedas para mi madre, aunque ella prefirió entrar caminando.
Traspasando la reja del Deportivo, otras empleadas nos saludaron amablemente y nos dieron la bienvenida, indicándonos que debíamos caminar hasta una primera mesa receptora donde revisaban la identificación oficial de la persona que sería vacunada y le asignaban un número de atención.
En todo momento aparecía un (una) asistente gubernamental dispuesto(a) a facilitar el camino al proceso de vacunación, desde la valoración médica vía cuestionario sobre comorbilidades y uso de medicamentos, hasta el apoyo en la liberación del estrés de algunos presentes: Oí que un entrevistador comentó a una abuela que tenía unos ojos muy bonitos, después de que ella dijo estar nerviosa, y la señora, de inmediato, sacó su teléfono para mostrarle las fotos de cuando era joven, las de sus hijas y las de su nieta de ojos azules.
EN EQUIPO SÍ SE PUEDE
La explanada del Deportivo Xochimilco fue dividida en tres secciones y habilitada con carpas como un enorme kiosko de vacunación, con 35 mesas (células, según la Secretaría de Salud local), una sala de espera y otra de recuperación.
Cuando mi madre y yo entramos a la sala de espera, la voz de Oscar Chávez retumbaba festiva, cantando Macondo. Por un momento sentí que podía llorarle ahí un océano, pues él fue de las primeras víctimas sin esperanza del Covid19 en México... Porque las vacunas son ahora una esperanza de poder regresar a la normalidad perdida hace un año.
Ya después supe que en el centro de vacunación de la Escuela Nacional Preparatoria Número 1 “Gabino Barreda” de la UNAM, los funcionarios de la CDMX pusieron a los adultos mayores a bailar antes de ser vacunados; pero acá en el Deportivo Xochimilco, a la hora en que llegamos, antes de las 2 de la tarde, había reparto de lunch: Una botella de agua, una manzana amarilla (de esas que mi abuelita paterna llamaba perón de Chihuahua) y una barra de amaranto, todo empaquetado en una bolsa transparente bien cerrada.
La alegría de los equipos de vacunación era contagiosa. De pronto, escuchando la música de Oscar Chávez, me transporté a mi infancia ocurrida en un tiempo cuando la patria era el ente que sustentaba el objetivo de vivir de los mexicanos y en la escuela pública se nos enseñaba que todos, como hormiguitas, debíamos cuidar laboriosamente la existencia de México, su gente, su identidad y su cultura.
Encontré inesperadamente en el centro de vacunación la chispa de una nación altamente desarrollada y una población respetuosa de las reglas, conviviendo en armonía, para alcanzar una meta colectiva. Esto, mientras observaba a cada uno de los integrantes de los diferentes equipos de vacunación coordinados de manera precisa: Guardia Nacional protegiendo las instalaciones; enfermeras y médicos de la Secretaría de Marina aplicando el antígeno; los servidores públicos locales y federales que sólo se distinguían por el color de sus chalecos-uniforme verdes o beige, apoyando a los ancianos en diversas actividades; y los médicos de bata blanca con los discretos logos de sus respectivas universidades e instituciones de Salud en el brazo izquierdo, que se encargaban de monitorear la condición de las personas recién vacunadas, dándoles instrucciones en tono cariñoso, para esperar la siguiente dosis de vacunación dentro de los próximos 21 a 35 días.
Los cubrebocas y caretas protectoras de los distintos integrantes de los equipos de vacunación no podían ocultar sus ojos risueños y su emoción por ser protagonistas de un evento histórico: Más que el inicio de una campaña de vacunación, parecía la prueba reina de una convocatoria institucional del Estado a la movilización ciudadana para un objetivo común, que en esta ocasión era la reducción de los contagios letales del virus SARS-CoV2 entre las personas mayores.
Desde luego, la participación activa del gobierno local de Claudia Sheinbaum fue clave en el resultado de la logística evidentemente militar, casi cronometrada, que permitió vacunar en un solo día a 6 mil 634 adultos mayores (25 personas por hora) tan sólo en el Deportivo Xochimilco, con tiempos de espera de alrededor de 40 minutos, según estimaciones oficiales.
No hubo distingos en el trato a una anciana que se maquilló y vistió de cóctel y tacones, que llegó del brazo de su chofer, y el señor de apariencia modesta que no se animaba a sentarse en una silla de ruedas que le ofrecían los muchachos de los chalecos verdes, para llevarlo hasta la sala de espera.
Incluso una dama otoñal con una credencial de elector del estado de Morelos, que juró y perjuró que sus datos en la misma eran erróneos y que tenía 60 años; y que además había perdido su comprobante de domicilio en Xochimilco, fue tratada con benevolencia cuando empezó a alterarse porque no querían vacunarla. Después de interrogarla con paciencia para que se confesara como tramposa, una funcionaria de gobierno le explicó que no tenía sentido que mintiera ni que hubiese hecho un viaje a la Ciudad de México desde Cuernavaca porque, para poder acabar con la pandemia en el país se debe cumplir con la estrategia diseñada por los expertos en epidemiología, y por tanto, debía esperar su turno.
EPÍLOGO
Hacía mucho tiempo que no veía a mexicanos movilizarse con ánimo gozoso y proactivo. Después de veinte años de guerra neoliberal contra la población y dos generaciones perdidas en la delincuencia organizada y su estela de muerte, me había desacostumbrado a ver que hay muchos jóvenes que no son indolentes, egoístas, drogadictos o violentos, y que han estado ahí, desde hace un tiempo, listos para trabajar en equipo por su nación.
Fue emocionante que el redescubrimiento de un pequeño, pero significativo cambio social dentro de un régimen vilipendiado por su origen popular, se viviera en mi pueblo adoptivo, una región originalmente agrícola, otrora de gran riqueza natural y económica, que en las últimas décadas se volvió refugio de invasores de ecosistemas dedicados a la compleja trama delincuencial que estuvo a punto de destruir a México.
En la televisión vi a una mujer que salía con una anciana de las instalaciones del Deportivo Xochimilco, quien respondió con cierto aire cosmopolita al reportero: “Detesto a este gobierno de Izquierda, pero lo que hoy nos ofreció fue de excelencia”. (!!!) 🤯 🤣🤣🤣 🤷♀️
Fotos de Silvia Meave Avila [©2021 Derechos Reservados]
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