En paralelo al llamado “combate” al crimen organizado, los periodistas mexicanos viven uno de los periodos más críticos de la historia nacional para ejercer la profesión y, de manera lamentable parece que a muy pocos en el país les interesa lo que sucede a estos garantes del derecho de los ciudadanos a estar informados. Así lo revelan Elia Baltazar y Daniela Pastrana, dos reporteras mexicanas que día a día enfrentan a un sistema político y de impartición de la justicia indiferente ante el creciente número de trabajadores de los medios de comunicación amenazados, secuestrados, asesinados o desaparecidos por poderes de facto que operan al amparo de la impunidad que rige en el país. Baltazar y Pastrana son las autoras de un artículo que aparece en la edición de Primavera 2011 de Nieman Reports, titulado “La Prensa Mexicana: En la Encrucijada de la Violencia”. El reporte, publicado por la Fundación Nieman de Periodismo de la Universidad de Harvard, analiza las deplorables condiciones del ejercicio periodístico en México y la vulnerabilidad de los reporteros al hacer su labor cotidiana. Y es que mientras que a nivel internacional hay lineamientos oficiales de protección a la labor periodística como elemento imprescindible de la democracia, en México -dicen las autoras del documento- “el gobierno se mueve a paso de tortuga para desarrollar un mecanismo para la protección de los periodistas que ni siquiera abarca a representantes de las organizaciones que defienden la libertad de expresión, con el argumento de que estos individuos no son parte de la profesión”. Baltazar y Pastrana resaltan que tampoco las empresas de medios de comunicación, salvo en casos excepcionales, se involucran en la protección de sus empleados, periodistas que enfrentan riesgos cotidianos, prácticamente por vocación y responsabilidad social, porque, ni siquiera los salarios corresponden a los niveles de riesgo de la profesión; ya no hablemos de seguridad social y mucho menos de cursos de actualización profesional que contribuyan al mejoramiento de sus condiciones de trabajo en todos los sentidos. Ante este panorama, ambas periodistas, junto con otros colegas, han buscado llenar el vacío de protección del Estado a la actividad periodística con un movimiento cívico surgido en las redes sociales (Twitter y Facebook) que logró reunir en una manifestación en la Ciudad de México a 2 mil personas, esfuerzo que se replicó en 14 ciudades más. El nombre del movimiento es “Los queremos vivos”. Baltazar y Pastrana lo definen como un símbolo de unidad, integridad y dignidad de los periodistas, y aseguran que muchos colegas se han convertido en corresponsales de guerra dentro de su propio país. Las periodistas mexicanas reconocen que existe el denominado “narcoperiodismo”, resultado más del instinto de sobrevivencia, que de la autocensura o la corrupción. Un aspecto muy importante del análisis que hacen Baltazar y Pastrana sobre la situación de los periodistas mexicanos se refiere a que la respuesta del gremio periodístico a la amenaza del llamado crimen organizado está condicionada a la habilidad y nivel de desarrollo profesional de cada reportero para autoprotegerse y aplicar los recursos de investigación a su trabajo. Dicho de otro modo: En México no hay pautas de trabajo que faciliten el acceso a la información y la integridad personal de los investigadores. Y a pesar de que es innegable que el llamado crimen organizado representa una amenaza al trabajo periodístico en México, la opacidad con la que todos los niveles de gobierno manejan los asuntos del Estado invocando la “seguridad nacional” también se convierte en obstáculo y fuente de peligro para el trabajo de los reporteros. Si a todo esto se agrega que el apoyo al desarrollo independiente y de compromiso social de la actividad periodística, por lo general proviene de entidades académicas y organizaciones no lucrativas, muchas de ellas extranjeras; o peor aún, que gran parte del trabajo de investigación periodística en México, según revelan Elia Baltazar y Daniela Pastrana, se hace en las horas “libres” de los reporteros y su difusión queda circunscrita a un público limitado, ejercer el periodismo en México resulta ser un acto heroico. Sin embargo, el periodismo en una sociedad que se dice democrática, no tiene por qué ser un acto heroico ni una labor solitaria, porque su función es la de dar voz a todos los grupos que conforman al Estado y más aún: ser el pulso del acontecer cotidiano del Estado y el espejo social que se construye con el periodismo debe formarse con la participación de todos los integrantes del Estado. Un Estado que abandona a sus periodistas a su suerte se vuelve vulnerable, pierde poder y pierde el control de la información que, al margen de cualquier censura, sigue generándose y siendo utilizada por quienes sí la poseen. Así pues, urge, antes que nada, una agenda para que quienes ejercen el periodismo en México avancen juntos hacia la construcción de una auténtica democracia sustentada en la transparencia informativa para toda la sociedad.