El voto de silencio que se ha hecho en los medios de comunicación mexicanos a raíz de la desaparición del ex-candidato presidencial de la Derecha, Diego Fernández de Cevallos, más allá de la nula información que fluye desde la autoridad que lleva a cabo la investigación del caso, pone de manifiesto la muerte del periodismo policiaco de investigación en México, uno de los géneros “supremos” que desde los primeros años del siglo XX revelaban quién se había graduado como auténtico reportero en la universidad de la experiencia. Todavía hasta mediados de los años 90s, los jóvenes egresados de la carrera de periodismo en México eran asignados invariablemente a la fuente de información policiaca para desarrollar sus habilidades de investigación y construcción de reportajes a través del rompecabezas de datos que generan los delitos enigmáticos y los crímenes. Aunque después de la práctica iniciática en la fuente policiaca los jóvenes reporteros comenzaban a investigar otro tipo de temas, el género del reportaje policiaco dio a México algunos de sus mejores periodistas en siglo XX. Hubo incluso quienes en múltiples ocasiones investigaron en paralelo a las autoridades los casos que conmocionaban a la sociedad y aportaron información periodística valiosa para resolverlos. Sin embargo, a lo largo de la última década, la creciente violencia contra el gremio periodístico en México -el país más peligroso para ejercer el oficio de reportero- tanto de individuos cobijados en instituciones gubernamentales como del llamado “crimen organizado”, logró lo que el video contra las estrellas de la radio: Aniquilar el espíritu de investigación en la prensa, que era el último reducto del auténtico periodismo enfocado a indagar lo oculto de la realidad social, política y económica, cumpliendo su función de cuarto poder, vigilante de la marcha de la democracia. Los reporteros tienen miedo de investigar, de husmear en el trasfondo de los acontecimientos y demandar que se cumpla con el Estado de Derecho, porque no hay Justicia que proteja su actividad laboral. Uno de los primeros periodistas mexicanos caídos en el curso de sus investigaciones fue Manuel Buendía Tellezgirón, asesinado el 30 de Mayo de hace 26 años, poco antes de publicar en el diario Excélsior su columna de información política llamada Red Privada con detalles sobre las redes de corrupción y vínculos con el narcotráfico que existían en ese momento dentro del gobierno mexicano. A partir de esa fecha, los crímenes contra periodistas en México se han mantenido en niveles promedio de dos asesinatos o desapariciones por mes y, de acuerdo con un informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, la época en la que se registró el menor número de periodistas asesinados o desaparecidos corresponde al régimen del último mandatario priísta, Ernesto Zedillo Ponce de León (uno cada tres meses), mientras que la actual administración de Felipe Calderón Hinojosa, apenas rebasando la mitad de su ciclo, registra ya el mismo número de asesinatos y desapariciones de comunicadores que el registrado a lo largo de todo el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el más violento para los reporteros desde 1970, según datos del Congreso actualizados a Marzo de 2010. El denominador común en casi la totalidad de los asesinatos y desapariciones de periodistas es que los trabajadores de medios de comunicación investigaban sobre temas policiacos relacionados con el narcotráfico o temas políticos relacionados con la corrupción gubernamental asociada al narcotráfico.Y salvo contados casos, incluido el de Buendía Tellezgirón, la impunidad es lo que caracteriza a los autores intelectuales y materiales de los crímenes contra reporteros. En este contexto, se entiende que no obstante la trascendencia del caso de la desaparición del ex-candidato presidencial y ex-legislador derechista Fernández de Cevallos y la ausencia de información oficial sobre las investigaciones, los reporteros que cubren las fuentes informativas policiacas y políticas no respondan a la expectativa de la sociedad que exige saber qué pasó con Diego Fernández. Por un lado, los informadores están sujetos a la censura de sus patrones que, como ocurrió con la televisora Televisa, decidió no volver a tocar el tema “hasta que haya un desenlace”; pero también el miedo ha matado el afán investigador de los periodistas que al final de cuentas están solos frente al negocio de sus empleadores y la indiferencia del Estado Mexicano ante la necesidad de respetar y proteger al fiel de la balanza de las democracias, que es el periodismo.