cálamo & alquimia® | @silviameave
Si alguien tiene dudas sobre lo que es una postal de la Vía Láctea bosquejada en mis palabras, aquí va una que quedará con cierto sabor agridulce en mi historial de chocoaventuras para sobrevivir al surrealismo de una urbe posmoderna:
Yo no había tenido la oportunidad de oir a Depeche Mode en vivo. Me invitaron a verlo en la Ciudad de México y confirmé que simplemente es un grupo genial y los videos-performance que traen como espectáculo son extraordinarios.
Por supuesto, la música es de primera y el Foro Sol es un espacio de acústica espléndida para los conciertos de rock; pero me tocó vivir una experiencia definitivamente de “región cuatro” sobre la garantía del gobierno de la ciudad (o tal vez de la delegación donde está el Foro Sol) y/o de los organizadores del evento para hacer que más gente salga de sus casas o viaje desde otras ciudades a divertirse un rato.
El grupo de amigos con el que fui dejó los autos en un estacionamiento del Palacio de los Deportes. Así que se debe cruzar la vía rápida del Circuito Interior Río Churubusco para llegar al Foro.
Hay un puente peatonal que une la zona del Palacio de los Deportes con el Autódromo Hermanos Rodríguez y desemboca estratégicamente en la puerta principal del Foro Sol. Los ingenieros que proyectaron esto fueron pulcros, coherentes. Pero la tarde del primer concierto de Depeche Mode en el Distrito Federal el puente fue inexplicablemente cerrado a los peatones y custodiado por granaderos (¿vale más el puente que la vida de los usuarios del mismo?), de tal modo que para atravesar la calle era necesario correr literalmente en manada por la vía rápida cual indocumentado en freeway de San Diego, California.
A la luz de la tarde los autos paraban para dejar pasar a los concurrentes del evento; pero a la salida, después de la medianoche, repetir el numerito en sentido contrario era muy arriesgado y la fila de bicitaxis ofreciendo pasarnos del otro lado no inspiraba confianza. Entonces alguien de la multitud anónima entre la que caminábamos mis amigos y yo entreabrió las rejas del puente peatonal y, otra vez, en grupos de hasta cincuenta personas subimos el puente. Para salir del lado del Palacio de los Deportes fue necesario brincar de una altura de casi dos metros las vallas que bloqueaban la salida.
Me tocó ver a mujeres con sus hijos menores de edad (de unos 6 a 12 años) entregándolos a los peatones para que ellas pudieran saltar de la parte media de la escalera del puente mientras que unas chicas con tacones hicieron piruetas en el alambrado.
Manteniendo el sentido del humor, uno de mis acompañantes: “Quién diría que tendríamos que saltar un puente como delincuentes, para evitar ser despanzurrados por los vehículos a alta velocidad”. Así que eso fue lo que puso el toque naco a una noche maravillosa… ¿Podría haber sido de otro modo en la capital mexicana? <<>>
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