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Chicuarotes: La Amplificación del Odio Contra los Desposeídos

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Postales de la Vía Láctea

@silviameave

Una buena historia con excelentes actores, pero mal ubicada en la geografía de la bajeza humana, lo que la convierte en un filme que lastima moralmente a una comunidad que literalmente se ofreció en espera de algunos ingresos por concepto de turismo, para paliar los daños que había dejado el sismo del 19 de Septiembre 2017: Eso es Chicuarotes (2019), la segunda película de Gael García Bernal como director de escena.

Precedido por el prestigio de haberse estrenado en el Festival de Cannes, el largometraje con guión de Augusto Mendoza, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y especialista en comedia televisiva, objetivamente resultó un mal pretexto para reunir todos los vicios del lumpen mexicano en un pueblo tradicionalmente agrícola de Xochimilco, una de las alcaldías rurales de la Ciudad de México, la cual, al escribir esta reseña, enfrenta con severidad los embates del COVID19 y la mala reputación causada, involuntariamente (supongo), por Mendoza y García Bernal.

Chicuarotes es una producción fílmica muy bien cuidada, técnicamente bien realizada, y la anécdota que detona la trama tiene los elementos para una reflexión profunda en torno a cada uno de los personajes y su entorno de violencia y desesperanza. Sin embargo, lo que queda en la pantalla es la historia de una caterva criminal, por irracional, que no merece la empatía del espectador ni tampoco un colofón redentor.

Aunque los fans de Gael García se esfuerzan por comparar Chicuarotes con Los Olvidados (1950) de Luis Buñuel, hay un abismo conceptual entre ambas, porque Gael García se conformó con llevar al cine escenas que, al menos los capitalinos, ven diariamente, como en loop eterno, en televisión y redes sociales.
ENCAJANDO A FUERZA EL TÍTULO EN EL ARGUMENTO

Lo chocante de la película es que los mexicanos avecindados en el sur de la Ciudad de México saben muy bien que la gente de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, no tiene perfil delincuencial, pues en su mayoría, los habitantes de la zona son campesinos que viven de sus cultivos de hortalizas. Entonces, el espectador capitalino percibe a lo largo de todo el filme una falsificación de una tragedia auténtica.

Los personajes en realidad pertenecen a los cinturones de pobreza que rodean a la capital y no a la zona rural: Los Molotecos y los Cagaleras pernoctan principalmente en los límites entre Iztapalapa y Tláhuac, en el antiguo Distrito Federal, y Chalco, Estado de México. Sí, relativamente cerca de San Gregorio; pero no ahí. Pregunté al azar, a gente de ese pueblo xochimilca sobre la película y la ira asomó en sus respuestas.

Copiando las estrategias cinematográficas de producción hollywoodense, García Bernal prometió a los habitantes de San Gregorio que colocaría al pueblo en el “radar” internacional; pero ellos se ven ahora como ultrajados, con una etiqueta delincuencial que no les pertenece.

Y al escuchar los reclamos de los chicuarotes, un gentilicio que efectivamente se da a la gente originaria de San Gregorio Atlapulco, debido a que desde la época prehispánica se dedicaba a cultivar un chile endémico muy apreciado en otras épocas, pensé de inmediato en Mark Frost, uno de los creadores de la serie policíaca Twin Peaks (1990-1991), quien alguna vez comentó en una entrevista que su serie originalmente se llamaría North Dakota, pero ubicar una historia de alta intensidad dramática en una geografía real sin ser un documental, no funciona porque la gente que vive ahí y se siente retratada veraz o falsamente, por lo común resulta lastimada.

Pareciera que al guionista Augusto Mendoza y a García Bernal los atrapó el gentilicio “chicuarote” y trataron de que encajara en el argumento; pero no quisieron trabajar a fondo en eso que los cineastas llaman el tratamiento del guión: Fue más sencillo quedarse en su zona de confort, que transformó mediáticamente a un pueblo rural pacífico en nido de malvivientes, que, en el mejor de los casos, construir su Twin Peaks, por cierto, mucho más válido que sembrar la duda sobre una población entera.

En alguna entrevista, Mendoza, quien se curtió en el guionismo escribiendo chistes para Eugenio Derbez (¿?), deslizó que Chicuarotes es humor negro. Sin embargo, nadie que viva en la Ciudad de México, ni por casualidad puede reír por lo que pasa en el filme, porque cada escena es un déjà vu colectivo y, no obstante, al final no se alcanza el alivio de la ansiedad por acabar con la tragedia, los personajes no inspiran la compasión del espectador y, en cambio, el odio inconsciente contra los desposeídos se amplifica. 👣

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