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El Crimen No Paga: Vida y Muerte de un Hacker Mexicano

+CálamoyAlquimia Revista | +Silvia Meave

“Cómo hackear un casino online”. El curso programado para el próximo sábado 5 de Diciembre 2015 en la Ciudad de México era apenas el primer evento de una abultada agenda decembrina de trabajo que le permitiría a Raúl Robles Avilés cobrar alrededor de US$500 por alumno. 

Robles, un treintañero con obesidad mórbida y gran popularidad entre los tuiteros mexicanos de la tribu geek, se presentaba públicamente como hacker experto en seguridad informática y CEO (sic) de una empresa denominada HackingMexico, con domicilio legal en la capital mexicana.

Sin embargo, a la mitad de la semana, mientras Robles Avilés desayunaba en un café de la ciudad de Guadalajara junto con su padre, un hombre no identificado, vestido de negro y con pasamontañas, irrumpió en el lugar y lo asesinó de cinco tiros.

Versiones periodísticas aseguran que Raúl Robles Avilés estaba en Guadalajara para dar una conferencia sobre técnicas de hackeo y phishing.

La muerte de Robles, cuyo seudónimo de presunto sombrero negro era Megabyte se hizo tendencia en Twitter de manera rápida, y es que el individuo, que decía tener una maestría en Ciencias de la Universidad de Nuevo México, en los Estados Unidos, resultó ser uno de los personajes más odiados de la web nacional.
Aparentemente, sus fans eran en su mayoría adolescentes que influidos por los antihéroes hollywoodenses, habían convertido a Raúl Robles en un gurú del allanamiento cibernético. Su empresa produjo recientemente una youtube-novela en capítulos, de bajo presupuesto, titulada “El Hacker”, en la que se pretende reivindicar las actividades criminales en la Internet como caprichos de inteligencias incomprendidas. 
Quizá el protagonista de la serie youtubera era el alter ego de Megabyte, quien gustaba de presumir entre sus seguidores (alrededor de 12 mil repartidos en dos cuentas –una personal y otra empresarial) en redes sociales a su mujer, su machismo, su colección de relojes entre los que resaltaba un “Rolex Oyster Perpetual Diamond” y su supuesto título de la Universidad de Nuevo México. 
Si el timeline de las redes sociales es la fotografía de cada usuario, Robles Avilés se creía gracioso e inteligente. Empero, su auténtico perfil era racista y Androidfóbico,  que compensaba su complejo de inferioridad y una posible infancia llena de pobreza y carencias afectivas, humillando a sus seguidores, clientes y alumnos, según testimonios de algunas personas que emplearon sus servicios en alguna ocasión. 
Googlear el nombre de Robles Avilés remite de modo invariable a la palabra fraude, porque — aparentemente — los cursos que vendía no eran certificaciones auténticas en informática y el autodenominado hacker, cual vagonero del metro de la Ciudad de México, vendía software pirata en discos a precios de copia con licencia, y cuando sus clientes le reclamaban contestaba lindezas como “ya me imagino qué clase de persona eres para haber hecho un ‘esfuerzo’ para juntar 4 mil pesos, jajajjja”… o cosas peores.

El lema de su empresa, un oscuro y ambivalente hoyo geeky que, por un lado, según se dice, se dedica a defraudar a quienes requieren seguridad informática; pero por el otro promueve los delitos cibernéticos, es “hackeamos tu mente”. Y con ironía inaudita, el destino le tendió una trampa a Robles Avilés, porque no pudo hackear la mente de su asesino o asesinos, a pesar de que, de acuerdo con lo publicado por un usuario de Taringa, un hilo de sangre del hoy occiso (como se dice en los reportes forenses) comenzó a correr el día anterior en un foro de la infraweb, cuando uno de sus presuntos y anónimos clientes lo amenazó de muerte y él aún se atrevió a burlarse del que ahora podría ser el principal sospechoso, pero no necesariamente el autor del crimen.
Robles Avilés se soñó a sí mismo como hacker de serie de televisión e ingenuamente fantaseó que los crímenes en la web son juegos de adolescentes; que se puede hacer que decenas de aspirantes a ciberdelincuentes millonarios paguen porque sus computadoras sean utilizadas para cometer delitos hipotéticamente invisibles, mientras él, tal vez, se forraba de dinero. La empresa de Megabyte presume que ha realizado 15 pruebas de seguridad para entidades gubernamentales en México y por lo menos una centena de pruebas para empresas de diverso tamaño. ¿Quién puede asegurar que el asesinato del hacker mexicano más despreciado de las redes sociales no esté relacionado con un ajuste de cuentas del crimen organizado o con la eliminación de rastros delictivos en actividades paralegales, que se cubre con el manto del odio de sus clientes defraudados?
Podría ser que Raúl Robles en su ciega soberbia ni siquiera se hubiese dado cuenta de que podía ser utilizado y desechado por quienes sí sabían cómo hackear su mente.
Las notas anodinas de prensa, como debe ser en estos casos, le concedieron a la víctima el beneficio de la duda. De modo que su trágico fin quedará en los archivos hemerográficos como el de un conferencista, educador, consultor de seguridad o experto informático muerto por un furioso asesino vengador. 
No pasará nada más. En los foros por los que Robles deambulaba virtualmente, a estas horas sus amigos y enemigos hacen de la fotografía de su cadáver en medio de un charco de sangre, carroña visual que tranquiliza a las hordas de zombies que acabaron detestándolo porque no pudieron despojarle de sus trucos delincuenciales para una “vida fácil”, como la de él.  Bien dicen los clásicos que el crimen no paga y el karma sí existe. Para capítulo de CSI Cyber, ¿no? <<>>

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