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Piratería Kitsch a la Mexicana

+CálamoyAlquimia Revista  | +Silvia Meave

A estas alturas de la vida, quien no haya escuchado la grabación de la niña pregonera que compra cachivaches u objetos usados, no puede decir que conoce la Ciudad de México.

El pregón que hace más de una década grabó para uso personal un cachivachero de Chimalhuacán (municipio del Estado de México contiguo a la capital del país), se ha viralizado en las calles — para decirlo en términos geek.

Sus creadores, el señor Marco Antonio Terrón Aguilar y su hija María del Mar, saben que la voz de ella ya es famosa en otros lugares del país, y yo encontré que también se conoce en otras naciones hispanohablantes, por cortesía de algunos youtubers que comparten la grabación “para los que inician su negocio del fierro viejo”.

Por si fuera poco, la grabación que presuntamente se hizo en un cassette, es ahora un timbre de teléfono y se ha integrado a toda clase de música popular: cumbias, reggaeton, dance mix y lo que pueda ocurrírsele a cada quién.

De tal modo que la creatividad de la sobrevivencia de unos se ha convertido en un negocio kitsch de muchos, y es imposible saber cuánto dinero ha generado la idea de un hombre para evitarse la fatiga de gritar todo el día por las calles en busca de compradores, como lo hacían desde la época de los antiguos babilonios hasta finales del siglo veinte, los cachivacheros, ropavejeros y pepenadores.

Digo que es imposible porque los usuarios de la idea de don Marco Antonio son gente que vive en la economía informal, incluyendo los discjockeys e inspirados compositores de barrio que suben a YouTube sus trabajos únicamente con la intención de ser reconocidos socialmente con unos cuantos “likes” en las redes sociales, el aplauso de sus amigos más cercanos y algunas monedas que recolecten en la vía pública.

Si alguien pagara a Marco Antonio y María del Mar Terrón sus derechos de autor por el uso de su grabación, pudiera ser que ya hubieran cumplido su sueño de poner un restaurante. Pero en la economía subterránea, la gente crea para la subsistencia del día a día y el anonimato — que en esta ocasión ya no es — se vuelve fuente de tradiciones populares anacrónicas, como el cachivachero que en pleno siglo veintiuno transita en carreta con caballo, y acompañado del pregón de un aparato de MP3 con la voz de una niña que hace años dejó la infancia.

La efímera fama que le concedió hace un par de años la cronista urbana Cristina Pacheco a María del Mar, quien antes que ser la voz del fierro viejo es la payasita Chimbombita que anima fiestas infantiles desde los ocho años de edad, la hace sencillamente feliz cuando se entera de que alguien está usando su voz para reinventar su nueva leyenda, de la que dan testimonio sus cuentas semi-abandonadas en Google+ y Facebook, con el sobrenombre de la niña de hierro o la reina de hierro.

Hoy, paradójicamente, después de acostumbrarme a oír la tonadita por lo menos una vez al día en cualquier calle de la capital mexicana, pasó cerca de mí una camioneta cachivachera con una grabación ¡PI-RA-TA! Sí: Una versión pirata del pregón de María del Mar.

Se parecía; pero no era. El timbre de la voz era de otra niña y la entonación tenía un estilo diferente, si bien la arenga era la misma. A final de cuentas, alguien se atrevió a piratear el anuncio del cachivachero y entendí que, sin darse cuenta, María del Mar y su papá son emprendedores disruptivos, y nadie hasta ahora, los ha felicitado o reconocido, pues al paso del tiempo, su pregón será la rúbrica del negocio de objetos usados, como lo es el silbato del carrito de los camotes, las campanitas de los helados, la armónica del afilador, el triángulo de las galletas de amaranto y el canto hoy igualmente grabado, de los “ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, tamales calientitos”.

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