“Jake Stephens, one of many people who showed up to pay his respects, kneeled and prayed Friday morning. The Tucson, Ariz., man had been visiting Charleston for business. He also happened to be at Virginia Tech in 2007 when a gunman killed 32 people there. He was in Aurora, Colo., in 2012, when a man fatally shot 12 people at a theater there.”
¿Cuál es el defecto de nuestra cultura?, preguntó el enigmático hombre de Tucson que se presentó como Jake Stephens, el cual -según una nota periodística de The Post and Courier que se publica en South Carolina- ha estado presente en los más recientes homenajes a las víctimas de masacres del terrorismo local estadounidense.
El testimonio de Jake es parte de la paja que complementa la petición de la gobernadora de ese estado del sureste americano para que se aplique la pena de muerte a un supremacista blanco que entró a una iglesia a matar feligreses negros.
El testigo sin rostro que tal vez por coincidencia o quizá como aventurero caza-tormentas aparece en cada masacre para orar por las víctimas termina siendo un personaje siniestro salido de una novela de Stephen King… o de aquel chiste del amigo solidario que siempre estuvo en las desgracias (y por tanto es portador de mala suerte).
Debido a que el testimonio del buen Jake sólo se usó para rubricar la opinión invisible y prohibida del reportero que hizo la nota, no es posible saber por qué diablos una persona que la tarde de ayer estaba por negocios en una de tantas ciudades anodinas de la geografía norteamericana, también visitó en los últimos ocho años los altares mortuorios de las principales masacres en lugares por los que pocos transitarían de modo regular y convergente en la tragedia.
No hay defecto en la cultura de la violencia, si cumple puntualmente con sus objetivos. Pero que aparezca siempre un doliente oportuno, ya es algo que supera lo perfectamente macabro.