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Ser Peatón y Morir en la Ciudad de México

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MÉXICO.- Me detuve en una nota que el diario El Universal cabeceó como “Muere hombre atropellado por metrobus (sic) en Insurgentes y Hamburgo”. El cuerpo de la nota era la misma frase, rubricada por un más información en unos minutos. Pensé que es ofensivo para los lectores este tipo de información a medias. Sentí una vaga inquietud al no conocer los detalles del incidente y preferí irme a tomar un té antes de empezar mi trabajo en la mesa de redacción de +tribuAméricas infograffiti. Hoy, por lo menos en cinco ocasiones, mi auto esquivó a varias personas que cruzaban calles sin cuidado, a pesar de haber puentes y pasos peatonales cerca de ellos. Casi todos eran ancianos y uno, inclusive, parecía querer que lo atropellara, pues caminó hacia los coches y se detuvo unos segundos con aire retador. Dije a mis acompañantes “Hoy es el día de los abuelitos suicidas”. Alguien me contestó sin ironía: “Es que es quincena y la pensión ahora sí ya no les va a alcanzar por la inflación”. Nadie rió. Llevábamos casi 24 horas de lluvia menudita y continua que entorpecía el tránsito vehicular; pero también a los peatones, según lo notamos.

La nota informativa del hombre atropellado por el metrobús me hizo recordar la historia de un pariente, en mi infancia, que tuvo un fin parecido, y la conmoción que provocan esos accidentes en las familias, que nunca se recobran del todo. ¿Habrá sido un abuelito suicida como los de esta tarde?, me pregunté, tratando de entender por qué alguien podía ser atropellado por el metrobús, un vehículo enorme y rojo en carril confinado al que es difícil no ver, aunque sea de noche.

Y si bien no era mi nota, regresé a los diarios online para saber más del accidente que no debía haberme importado demasiado hasta que leí que el hombre muerto había sido un viejo amigo mío. El buen Carlos, aquel chavo que, cuando estábamos en la prepa, me presentó mi amiga Cris; ése que quería ser estrella del pop y con el que llegamos a cantar en los cumpleaños y posadas que organizaba mi muy querida amiga en nuestros años estudiantiles. Él, entonces, ya había terminado su carrera como médico y estaba recién casado. Tal vez por eso no hizo demasiado por tocar el cielo market del showbusiness en el que mi amiga sí continua y del que yo me deslindé antes de cumplir los treinta.

Me dio mucha pena ver las fotos de prensa del cuerpo de Carlos en el asfalto, cubierto por una sábana y el dolor de su familia me tocó. Lo recuerdo como una persona muy jovial, muy afable siempre; buena onda. En tiempos recientes, ocasionalmente lo vi en unos infomerciales de televisión, en su rol de médico respetable, ya canoso; pero igual que siempre, buena onda.

Justo hoy había estado hablando con mis acompañantes en el auto de la perversidad del tráfico en la Ciudad de México y de cómo, todos los días, cualquiera está a punto de morir porque nadie respeta reglamentos ni señalamientos. Alguno dijo que para morir en el Distrito Federal, siendo peatón, hay que escoger entre ser atropellado o ser asaltado en un puente peatonal. ¿Acaso eso es lo único que merecemos en la que se presume como una de las urbes más cosmopolitas? <<>>

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