Todos los días 19 de Septiembre, desde hace 27 años, se hace en la capital mexicana un mega-simulacro de terremoto que, por un lado, rememora la más grande tragedia de la historia contemporánea en la que la gigantesca ciudad quedó reducida a escombros, paralizada y con un número aún indeterminado de muertos y desaparecidos que todos sabemos superó la cifra oficial de diez mil personas entre más de 12 millones de habitantes.
Se supone que los mega-simulacros ayudan a la población de la Ciudad de México a mantener en la memoria colectiva cotidiana las medidas elementales de protección civil en caso de emergencia. De hecho hay historias de mexicanos que se salvaron durante el ataque a las torres gemelas de Nueva York porque aplicaron la estrategia de simulacro de terremoto, aun cuando las escaleras se derrumbaban a sus pies.
2012 no podía ser una excepción y toda la población del Distrito Federal fue avisada a través de medios de comunicación que a las diez en punto de la mañana se haría el mega-simulacro en edificios públicos, oficinas privadas y medios de transporte.
Por segunda ocasión consecutiva -cosas del destino- me tocó estar a la hora del susodicho mega-simulacro en el sótano del hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado), donde están los servicios de imagenología médica, radioterapias contra el cáncer, nefrología y otros tratamientos de alta especialidad.
Aunque es un espacio adecuado para las necesidades de los pacientes, que en su mayoría están ahí en sillas de ruedas o camillas, en un caso de emergencia podría ser una trampa mortal. Cualquier persona joven, sana y ágil puede salir rápidamente a través de dos puntos opuestos con escaleras ubicadas al final de un par de pasillos angostos en un laberinto que fue imaginado por un arquitecto que pensó en lo bonito; pero no en lo práctico y funcional; mucho menos en que México un día cambiaría su afición a la arquitectura vanguardista por una que brinde comodidad y seguridad.
Así resulta que el mega-simulacro de terremoto en el sótano del López Mateos, como se le dice comúnmente a este hospital, significa una movilización bastante complicada de personal, pacientes así como familiares o amigos que los acompañan en sus consultas y tratamientos asociados al uso de equipos de tecnología médica.
Evidentemente por esta razón los empleados de seguridad del hospital aparecieron en el sótano para avisar que en diez minutos iniciaría el mega-simulacro, que comenzarían a sonar las alarmas, que nadie se asustara y que nadie se moviera de ahí porque ese piso no participaría en el evento.
-¿Y si tiembla de verdad, qué hacemos? ¿nos toca morirnos?, preguntó con sorna uno de los pacientes que hasta ese momento parecía estar dormitando en una silla de ruedas. Todos los presentes reímos nerviosamente porque sabemos que en caso de un auténtico sismo la movilización de muchos pacientes es casi imposible.
El empleado de seguridad respondió: -Esperemos que nunca pase nada.
Aparentemente el edificio que alberga al López Mateos fue construido en la década de los cincuentas o sesentas del siglo xx y debió sufrir daños estructurales en el sismo de 1985 porque tiene unas columnas externas de refuerzo hechas de acero. A pesar de ser uno de los hospitales más importantes del país, con siete pisos y un sótano, no ha sido sometido a renovaciones arquitectónicas importantes. De modo que es uso y costumbre observar que los pacientes se peleen entre sí para utilizar los dos elevadores que llevan a los consultorios o que la gente que puede caminar de manera normal no ceda el paso a discapacitados o personas en silla de ruedas. Los empleados de seguridad siempre tratan de poner orden; pero cada vez que estoy ahí me queda claro que la protección civil no alcanza de manera adecuada en México quienes conviven en espacios con enfermos y discapacitados. Y ya han pasado 27 años del proceso de concientización social. <<>>