Mi abuela solía advertir con afán moral a sus nietos que “para decir mentiras y comer pescado, hay que tener cuidado” y creo que esto aplica de manera particular cuando se construyen las mentiras oficiales, que yo equipararía con la joyería de fantasía, que hay que tratar con fineza para que no pierdan su falso color dorado de inmediato. Y ese fue el caso de la presunta muerte del otrora agente encubierto de los Estados Unidos, millonario socio y amigo de la familia Bush, devenido en terrorista: Osama Bin Laden.
La versión oficial asegura que un comando de soldados de élite de los Estados Unidos mataron a Bin Laden y luego lanzaron su cuerpo al mar para evitar que sus fans hicieran de su tumba un centro de veneración terrorista. Argumento razonable; pero, vamos, que me ha poseído el Diablo, y no creo la historia de la administración Obama, que se parece mucho a los cuentos de su antecesor George W. Bush (¿seguirán en sus puestos los mismos guionistas disfrazados de asesores políticos?), aunque sí me da curiosidad conocer la verdad.
Lo evidente -a ojos de analista de asuntos geoestratégicos- es que los videos de Bin Laden ya no causaban impacto en la sociedad y sus supuestas amenazas terroristas (si eran reales o no, no lo sabemos porque de este lado del mundo no entendemos el idioma árabe y debemos atenernos a las traducciones oficiales) estaban siendo rebasadas en extremo por la crisis financiera que estalló el 15 de Septiembre de 2008 y es la hora que no acaba, aunque los líderes del mundo nos ofrecen cotidianamente el recuento estadístico de que todo va “mejorando”.
Luego, para ser honestos, Bin Laden perdió credibilidad como terrorista en el momento en que se comenzó a divulgar el entramado de asociaciones de AlQaeda con los servicios de Inteligencia estadounidense y el golpe mortal sobre la guerra de Occidente contra el terrorismo lo asestó una de sus propias aliadas, la fallecida ex primera ministra pakistaní Benazir Bhutto, que en plena campaña para la reelección, en 2007, poco tiempo antes de su asesinato, (que en su momento se autoadjudicó un oscuro líder de… ¡AlQaeda!), aseguró en una entrevista de televisión que Osama ya era cadáver. La entrevista trascendió en aquellos días en Medio Oriente y es probable que a nivel regional la imagen de AlQaeda haya perdido lustre, sea como enemigo omnipotente o como gancho para reclutar locos resentidos con el mundo.
Desde luego, todo indica que la táctica de destrucción creativa del imperialismo en los países de la región medio oriental ya concluyó su primera fase y entonces, un personaje como Osama Bin Laden ya no es tan necesario para la labor de reconstrucción del tejido social y económico de naciones como Irak, Pakistán y Afganistán, donde lo que ahora urge es colocar toda clase de chácharas que se produzcan en Occidente para dar empleo a los que no acaban de sortear la recesión de la economía global.
Así pues, la presunta muerte de Osama Bin Laden, que aunque se supone que estuvo precedida de una estrategia de cacería militar de primer nivel, pues desde siempre fue un perseguido, se vio en pantalla como esa clase de telenovelas mexicanas que cuando no levantan el rating se terminan abruptamente con la desaparición de sus protagonistas.
Y si bien la muerte de Osama levantó en las primeras horas el rating del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y lo reposicionó rumbo a su reelección ante el elector común, ése que ha vivido de cerca la ausencia de alguno o algunos de sus familiares en nombre de la guerra contra el terrorismo; también es cierto que se podría haber elaborado un mejor guión, más consistente para el consumo de otros sectores sociales dentro y fuera de los Estados Unidos, que no dejara lugar a suspicacias. A final de cuentas, incluso desde el punto de vista legal, sin cuerpecito no hay difuntito y como todo el relato del asesinato de Bin Laden a manos de los heróicos marines procede de ellos mismos, el espacio para la especulación queda abierto.
Las leyes democráticas occidentales indican que a los criminales hay que llevarlos a juicio y, si se confirman sus delitos, se les debe dictar una sentencia acorde a los mismos, que no excluiría en muchos casos la pena de muerte. ¿Por qué, entonces, no brindar a la sociedad global un espectáculo de calidad, como el que se merece a cambio de sus impuestos, que han financiado la guerra? De verdad, hay excelentes guionistas en Hollywood que hubieran montado un magnífico final de película Obama versus Osama y sin el plus de las pifias de algunos medios de comunicación que por ganar la nota confundieron los nombres de los implicados en la historia, aunque a estas alturas ya no sé si las erratas tuvieron o no jiribilla… ¿O es que he visto muchas películas hollywoodenses y leído demasiados best sellers conspiracionistas? <<>>