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Cada Quien su Santo…

Twitter: @silviameave

He visto al “mejor alcalde del mundo”, Marcelo Ebrard, inaugurando una efigie del Santo Niño de Atocha en una populosa calle del barrio de La Merced, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Se supone, de acuerdo con lo establecido por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos -la cual por cierto cumple este 5 de Febrero, 94 años de vapuleada vigencia- que los funcionarios públicos tienen prohibido participar en actos religiosos y que estos no deben celebrarse en la calle; pero Marcelo tenía el deber que marca la corrección política, para honrar a la tradición popular de celebrar el Día de la Candelaria, antigua conmemoración católica de la cuarentena navideña, desde luego en apoyo de los pequeños empresarios locales que hacen los vestiditos del Niño Dios cada año.

Mientras el jefe del gobierno capitalino develaba la estatua del santo, como música de fondo se oía, igual que en los mejores tiempos de la Ley de Herodes (perdón, quise decir del PRI, y quien haya visto la película mencionada entenderá a lo que me refiero), la clásica porra del acarreo: “Se ve, se siente, Marcelo está presente”, que inefablemente ha de culminar con una estruendosa diana diana conchinchín interpretada por un mariachi que evoca el ambiente pueblerino de los primeros años posrevolucionarios. O sea, que la sangre prinosáurica de Ebrard Casaubón sigue fluyendo en sus venas a la menor provocación. De hecho, ya en la cúspide del populismo, Marcelo atacó en pleno podium un tamal, un tamalote de los seis mil que se repartieron ahí, que se adivinaba requete-sabroso por el intercambio de sonrisas cómplices entre él y Alejandra Moreno Toscano, titular de la Autoridad del Centro Histórico.

Resulta significativo que Ebrard no invitara a los miembros de la Arquidiócesis Primada de México, con quienes mantiene una disputa legal por franca intromisión eclesiástica en los asuntos del Estado… ¡¡¿¿??!!… Así que la celebración fue encabezada por un obispo de la Iglesia Católica maronita, a la que pertenece principalmente, la comunidad libanesa de México, una de las más acaudaladas del país. Marcelo Ebrard sostuvo entre sus manos al comienzo de la ceremonia, una figurita de San Charbel, patrono de los maronitas, que fue usada después para bendecir a los niños Dios de la gente que participó en el evento poco guadalupano.

Así se ve y se siente que el mejor alcalde del mundo y suspirante a la primera magistratura de México está presente y en esta ocasión bien pudo haber sido protagonista de alguno de los capítulos de aquella serie de TV Azteca llamada “Cada quien su santo”, pues Ebrard, como buen político, enciende sus veladoras a San Charbel y al Santo Niño de Atocha, para ver cuál le hace el milagro de llevarlo a la presidencia. <<>>

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