cálamo & alquimia® | @silviameave
De pronto vi el hashtag en Twitter. Simplemente así: #Paulette y… la curiosidad mató al gato. La foto de la pequeña, muy bonita, a pesar de que ya observándola con detenimiento, tenía el ojito derecho estrábico y el brazo izquierdo que denotaba algún problema físico. Su apariencia era frágil, dulce, y, por supuesto, todos los twitteros se volcaron virtualmente a buscar a una niña que, alguien en mi lista de contactos, dijo que era la hija de uno de sus mejores amigos, que estaba desaparecida.
Rastreé la información y también ahí mismo en Twitter encontré la fotografía de un anuncio espectacular desplegado probablemente en algún punto de la zona metropolitana (¿Polanco, Ciudad Satélite, Santa Fe…? who knows!) donde una madre hacía el llamado a quien hubiese robado a su hija, que la devolviera porque era una pequeña desvalida, con problemas motrices y de lenguaje. Ese fue, para alguien como yo que llevo un rato urdiendo historias sobre personajes retorcidos y truculentos, el punto de quiebre de lo que uno o dos días después sería la noticia de ocho columnas de la clase media mexicana.
Como se dice ahora, googleé dejando que la reportera en mí que quiere armar su nota periodística en contexto, apareciera: El antecedente de la desaparición, la información sobre familia de la niña desaparecida, las características de la pequeña… Vi durante un rato su sonrisa inocente y de improviso le pregunté a uno de mis colegas: ¿Cómo se llamaba la niña que desapareció en Portugal? -Madeleine -contestó sin separar la vista de la pantalla de la computadora. -Pues se me hace que Paulette es una nueva Madeleine. Esa niña está muerta y casi podría asegurar que los padres le dieron cran.
En ese momento yo no había visto los videos de entrevistas con la madre de Paulette; pero simplemente siguiendo el método de investigación de Sir Arthur Conan Doyle, las autoridades judiciales no debieron tardar tanto en investigar un presunto secuestro y mucho menos la posibilidad de que una niña tan pequeña, parcialmente discapacitada, se hubiese escapado de un resort residencial vertical sin ser detectada por las cámaras de vigilancia de un edificio de lujo.
Elemental, hubiese dicho un cinematográfico Sherlock Holmes. Mientras yo escribo, cientos de personas en Twitter siguen sin entender el móvil de lo que muy seguramente fue un infanticidio-filicidio: ¿Cómo una pareja de la alta sociedad mexicana, prominentes miembros de la comunidad libanesa (una de las más acaudaladas y poderosas), profesionistas exitosos, con una posición económica que sólo tiene el diez por ciento de la población en un país plagado de pobreza y violencia, puede sobrellevar y soportar el crecimiento de un hijo discapacitado?
Imagino que mientras Paulette fue bebé, sus discapacidades podían pasar socialmente inadvertidas; pero ahora había llegado a la edad en que los niños van al colegio, hablan mucho y comienzan a valerse por sí mismos. Así que en el contexto de una sociedad frívola y materialista, una discapacidad es mucho peor que la marca que puso Yavhé en la frente de Caín… Oí alguna vez a una socialité mexicana comentar sobre su experiencia de ser madre de un pequeño discapacitado: ¿Por qué me tocó a mí, que soy perfecta?
En un juego de hipótesis, reinventando la extraña anécdota de la niña desaparecida y boletinada en Twitter para engañar a la Opinión Pública, ubiqué la historia de Paulette en la ilógica estupidez de aquella socialité: ¿Cómo perder de la noche a la mañana, sin salir de casa, a un niño discapacitado? Simplemente descuidándolo o guiándolo para que ocurra cualquier accidente. Las casas con alberca son ideales para toda clase de crímenes disfrazados de accidentes. Los niños siempre se asoman a las ventanas sin precaución y pueden jugar a las escondidas y quedarse encerrados en un armario hasta morir asfixiados, hasta que alguien los encuentra.
Una sirvienta no robaría un niño discapacitado porque intuitivamente sabe que en el fondo de sus corazones, la mayoría de los padres de niños con problemas desean su muerte. Lo mismo ocurriría con un secuestrador. Honestamente, ¿habría quien pagara por recuperar su lastre? También es improbable que asesinaran a Paulette para cobrar algún seguro; pero ella habría sido necesariamente heredera de alguna pensión fija de llegar a la vida adulta. Podría ser.
Quizá las series de la televisión made in Hollywood hacen ver al crimen como algo simple de ejecutar, de modo que mientras el criminal envía señales equivocadas para despistar a la policía, él (o ella) tiene tiempo de escurrirse a una isla paradisíaca para reírse de la justicia. La historia de Paulette quiso ser algo así. Al menos, todo apunta a que los padres de Paulette creyeron que harían su capítulo de “Six Feet Under”. O mejor aún, que la mente criminal que planeó deshacerse de la víctima inocente calculó con precisión que en el espectáculo mediático del sistema sociopolítico mexicano siempre ha sido más redituable armar una telenovela basada en crímenes pasionales (los filicidios también tienen su cuota de pasión) que poner el dedo en la llaga de la apabullante realidad.
Siempre hay que matar varios pájaros de un tiro. Una madre presuntamente loca y desalmada que, a pesar de todo no merecería un Oscar, es la pieza prescindible en un montaje que podría tener más de un autor y objetivos que van más allá de acabar con la propia discapacidad de la familia para aceptar la responsabilidad de educar a una niña diferente. Tal vez la madre quería escapar; tal vez el padre encontró la manera de deshacerse de una y otra. Tal vez un tercero encontró el pretexto ideal para quitar de su camino a un competidor de negocios. Tal vez la oportunidad se presentó para favorecer políticamente a alguien. Tal vez los policías no encontraron el cuerpo en el departamento, sino que fueron a depositarlo. Tal vez los ojos del miedo aún están abiertos.
Lo cierto es que entre gitanos -dicen- no se leen la mano y si en el déjà vu de Portugal, Madeleine fue una pequeña violentada por sus propios padres, ahora, medios de comunicación fuera de México ya hablan de drogadicción en los padres de Paulette, de conflictos de una pareja separada que provocaron involuntariamente la muerte de la pequeña, y hasta de juegos de poder y parentesco donde la víctima no tenía lugar.
Los carteles que circularon la web varios días ya no están. El que pidió ayuda para encontrar a la hija de su amigo hizo mutis por la retaguardia y borró su timeline de mensajes. Ahora invita a un evento de su empresa -una de las más sólidas en el mundo de los negocios globales- para la semana santa, en la playa. <<>>
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